24 de junio de 2010

Lydia Davis: la que se me escapó de entre las manos

Mientras yo pasaba el verano desmaterializándome y rematerializándome en este libro de sobrecubierta color salmón, Farrar, Straus and Giroux le vendía a Seix Barral España -- ¡a mis espaldas! -- sus derechos de traducción para todo el fucking mundo de habla hispana. Cuando, convencida de que nadie sino yo tenía que traducir esas admiradas 733 páginas, empecé a mandar e-mails a varias puntas del mundo (sí, el mundo es puntiagudo) para lograr mi objetivo, fue la propia Lydia quien me dio la mala nueva ("espero que esto no te decepcione demasiado", me escribió). Hice mi humilde intento, aun así, con Seix Barral. No funcionó. Hay en este momento otra persona traduciendo lo que me tocaba a mí. ¿Ven que el mundo es puntiagudo y pincha? Sin embargo, yo también la traduzco. Sin paga, oh, a la luz de la vela, por no decir a la luz de la luna, en mi oficio o arte sombrío, ejercido en la noche silenciosa, etc. Aquí una muestra.
Miedo

Prácticamente todas las mañanas, cierta mujer de nuestro barrio sale corriendo de su casa con la cara pálida y el sobretodo flameando. Grita “¡Emergencia, emergencia!”, y uno de nosotros va corriendo y la sostiene hasta que sus miedos se calman. Sabemos que está inventando; no es que de verdad le haya pasado algo. Pero entendemos, porque difícilmente alguno de nosotros no haya sentido alguna vez el impulso de hacer lo que ella acaba de hacer, y cada vez hizo falta toda nuestra fuerza, y hasta la fuerza de nuestros amigos y familias, para tranquilizarnos.


Buenos momentos

Lo que les estaba pasando era que cada mal momento producía una mala sensación que a su vez producía varios malos momentos y otras varias malas sensaciones, de manera que su vida en común se llenó de malos momentos y malas sensaciones; tan llena quedó que no podía crecer casi nada más en ese campo oscuro. Pero una mañana ella tuvo una sensación de paz que persistía desde la noche anterior, en que había estado cosiendo mientras él leía en el cuarto de al lado. Y uno o dos días después tuvo una sensación de bienestar que persistía, a la mañana, desde la noche anterior, cuando él le había hecho compañía en la cocina mientras ella lavaba los platos de la cena. Si se incrementaban los buenos momentos, pensó, cada buen momento podría producir una buena sensación que a su vez produciría varios buenos momentos más que producirían varias buenas sensaciones más. Lo que quería decir era que los buenos momentos quizás se multiplicaran a una velocidad del cuadrado del cuadrado, o tal vez más rápido, como ratones, o como hongos que brotan de la noche a la mañana de la espora esparcida de un hongo padre que a su vez había brotado de la noche a la mañana junto a una multitud de otros de la espora esparcida de un padre, hasta que su vida con él estaría tan llena de buenos momentos que los buenos momentos podrían desplazar a los malos como los malos momentos habían, a esa altura, desplazado a los buenos.

Visita al marido

Ella y su marido están tan nerviosos que durante la conversación se la pasan entrando al baño, cerrando la puerta y utilizando el inodoro. Después salen y prenden un cigarrillo. Él entra y orina y deja la tapa del inodoro levantada y ella entra y la baja y orina. Hacia el final de la tarde, dejan de hablar del divorcio y empiezan a beber. Él toma whisky y ella toma cerveza. Cuando llega el momento en que ella tiene que irse para tomar el tren él ha bebido mucho y va al baño a orinar una última vez y no se molesta en cerrar la puerta.
Se preparan para salir y ella empieza a contarle la historia de cómo conoció a su amante. Mientras ella habla, él descubre que perdió uno de sus guantes caros y de inmediato está alterado y distraído. Se va abajo a buscar el guante. La historia está por la mitad y él no encuentra su guante. Cuando vuelve a entrar en la habitación sin haber encontrado su guante tiene menos interés en la historia. Más tarde, cuando caminan juntos por la calle, él le cuenta alegremente que le compró a su novia zapatos de ochenta dólares porque la quiere tanto.
Cuando vuelve a estar sola, está tan preocupada por lo que pasó durante la visita a su marido que camina por la calle muy rápido y se choca con varias personas en el subterráneo y en la estación de tren. Ni siquiera las ve, sino que les cae encima como algún elemento natural, tan de repente que no tienen tiempo de evitarla y ella hasta se sorprende de que haya alguien ahí. Algunas de estas personas se dan vuelta a mirarla y dicen “¡Por Dios!”.
Más tarde en la cocina de sus padres trata de explicarle al padre algo difícil en relación al divorcio y se enoja cuando él no entiende, y después al final de la explicación descubre que está comiendo una naranja, aunque no recuerda haberla pelado o siquiera haber decidido comérsela.




7 comentarios:

Anónimo dijo...

No veo la hora de leer la traduccion de seix barral y comparar con estas perfecciones!
la desorg con faltas de ort

Loli dijo...

seix barral, te vamo a matá

Adriano dijo...

"les cae encima como algún elemento natural" , siga con la traducción Laura, qué saben eso gallego. Le dejo un saludito y felicitaciones por el blox. Le visitaré.

Madame Lulu dijo...

que interesante lydia, que interesante este blog

Laura Wittner dijo...

adriano y mme., qué bueno que les haya gustado lydia. eso me pone contenta. vuelvan pronto!

Anónimo dijo...

Lau, decía que ay!, que en verdad era para vos!
Nora

V. C. dijo...

Oh. Me suena a uno de esos descubrimientos que te voy a agradecer toda la vida. Con Seix o sin Seix (pero preferiría tu traducción)