30 de diciembre de 2012

Verano


29 de diciembre de 2012

La no germinación del poroto

¿Será o no será que tuiter "me roba" posibles poemas? ¿Que descargo ahí de inmediato imágenes o ideas que, si no fuera por esa intemperie precipitada, podrían llegar a dar florcita?

Que porque lo dico non lo faccio. Ya está dicho, ya está hecho y a otra cosa.

La frase original que da nombre a este blog decía "Se lo dico non lo faccio, se lo faccio non lo dico. Se vuoi veramente qualcosa, mettila per iscritto"*. La leí hace muchos años, si no me equivoco, en una novela "para jóvenes" del escritor cubano Joel Franz Rosell sobre la que tenía que hacer un informe de lectura. Me había gustado la novela, de la que nunca recordé el nombre hasta recién, que acabo de encontrarla en el blog arriba linkeado (ya que estamos, veo que a pesar de mi informe favorable finalmente no la publicó Sudamericana sino Edelvives; aunque vaya uno a saber cómo fueron las cosas -- el informe lo habré hecho entre 1999 y 2000). Y me había gustado la frase; tanto que la recordé hasta el momento de abrir este blog (porque no, no la había messo per iscritto). Claro que le frase no se refería a "hacer" como escribir. O por qué no. No andes boqueando que en eso se te va a ir el impulso ejecutivo. Escribilo en un papelito y dedicate a hacer. 

No andes tuiteando que en eso se te va a ir el impulso ejecutivo. Escribilo en un papelito, que en este caso eso es hacer.

* Si lo digo no lo hago, si lo hago no lo digo. Si querés verdaderamente algo, ponelo por escrito.





(Las casualidades que adoro adorar: Joel Franz Rosell tiene un libro que se llama, justamente, El pájaro libro. Tuit, tuit, pío, pío.)

25 de diciembre de 2012

Declaración de intenciones

Che, pobrecito mi blog. Pero no lo abandoné, eh?


En cualquier momento vuelvo.

23 de noviembre de 2012

Gog y Magog presenta


20 de noviembre de 2012

El chico de la tapa

Quiero decir: el chico cuya tapa ilustra mi nombre de bloguera, y con cuyos poemas estuve machacando desde que empecé con el blog, por ejemplo acá, acá y acá, finalmente tiene su libro. El libro es bilingüe y tiene fotos. Estoy muy pero muy contenta. Próximamente anuncio la presentación.



16 de noviembre de 2012

Él dijo, ella dijo

¿Se acuerdan de mi amigo Mark Dow, con quien siempre andamos traduciendo todo de ida y vuelta; mi consultor permanente en temística inglesa? Me encantó este otro poema suyo y lo traduje. Lo traduje, lo revisó, lo corregí, opinó, todas esas cosas que se suelen hacer. También me escribió una cartita sobre el poema, y también la traduje. Acá abajo, las dos cosas:


Digo

Es decir, sabía que sabía lo que era pero
la melodía se reconoce pero el tempo
va más rápido. Acelerado. Algunas partes sí,
pero otras van bien lento. Primero cuando lo
escuché creí que era Bach. Él hace sonar todo
como Bach pero no era. Sí, pero
las melodías, es como si la partitura
la viera tridimensional. Es como uno
de esos diagramas esquemáticos
donde ves todas las piezas separadas,
un carburador o lo que sea, para ver
cómo se vuelve a armar. Pero me hablabas
de la bendición, la de Sucot. Agitás el lulav,
ramas y hojas de palmera atadas,
como una escoba, una vez en cada dirección,
norte, sur, este, digo: para arriba y para abajo,
¿me entendés? Recitás la brajá, la plegaria,
pero entrecortada. Hay que quebrar el ritmo
del movimiento ondulante para que no toque
las palabras, no agitar las hojas cuando decís
el nombre de Dios. ¿No se supone
que ni tenés que pronunciarlo? Y lo dijiste.
Es el nombre del nombre, nada más.
No es lo mismo. Bueno, como sea. Decías
que decís la brajá en una especie de legato
mientras cambiás de posición el lulav.
Como la invocación de los santeros
para abrirle las puertas a Eleguá. O no,
para pedirle que te las abra a vos. Para vos,
decís. Él custodia las puertas y los cruces
donde empieza la posibilidad. Legba en vudú.
Cuida a los chicos, también. ¿Pero no sos judío?
Me sonás conocido. Como si nos hubiéramos
visto en algún lado. Entre cada punto cardinal
o tono hay otro y así sucesivamente. Es donde el
tiempo empezó o empieza todo el tiempo. No te sigo.
Es como si trataras de cortarlo
hacia los dos lados a la vez. Contarlo, dirás.
Ponele. Creo que entendés bien lo que digo.




Digo (Shake en inglés) es parte de una serie de “poemas de conversación” que estoy escribiendo. Tomé el término de Coleridge, aunque anoto conversaciones desde que era adolescente. A mí me parece que los poemas de conversación de Coleridge no eran sólo conversacionales (al menos en relación a sus otros poemas) sino que estaban dirigidos al interlocutor ausente. En su libro Coleridge (1968), Walter Jackson Bate dice: “Cuando [Coleridge] usaba el término (“El ruiseñor: un poema conversacional, abril de 1798”), era un poco disculpándose humorísticamente, como diciendo que se trataba de algo a mitad de camino entre la poesía y la conversación”. Mis propios poemas de conversación son documentales de conversaciones que tuve o escuché –o al menos así empiezan. Quién le dijo qué a quién ya no interesa. Al menos a mí no me parece que importe. Tal vez después eso cambie. Otra cosa: ahora que tradujiste Shake al castellano me doy cuenta de cómo se parece a algunos poemas tuyos; incluso a Paseo, que traduje al inglés, con esos versos sobre conversaciones o líneas de pensamiento que se cortan.
                                                                                                                                          Mark Dow 

(Acá está el poema mío que tradujo Mark).

7 de noviembre de 2012

Calor visual


Alguien tendría que investigar y escribir algo lindo sobre la visualidad del calor. ¿Ya se hizo?


18 de octubre de 2012

You talkin' to me?


Yes; this bastard me ha estado hablando exclusivamente a mí toda la semana, arrastrándome de estado en estado, como si no hubiera yo pensado ya todo lo que dice en su nuevo libro, que no es por otra parte ninguna novedad; y aun así.
Un ejemplito es el dañino romance mente-cuerpo, esos dos que quedaron abrochados desde la eternidad y uno o una que se empeña en discernirlos para aplicarles a cada cual su vara. Pues no. 

"Al hablar --muy a menudo-- de la angustia en este diario no hablo del alma, ni siquiera hago psicología, permanezco más que nunca en el registro del cuerpo, ¡ese jodido nudo de nervios!".

Después de años de investigación estoy en condiciones de transmitirles la buena nueva de que podemos acceder a una a través del otro y al otro a través de una. Disolver la angustia del músculo rotador con una conversación estimulante o desbaratar lo que se perfila como el salto a la apatía con un café negro y una medialuna de grasa de las brillantitas. ¡Ajá! ¡Creyeron que me iba a salir con la obviedad del psicoanálisis y el yoga!

"¡El recuperado sabor del café tras todos esos años de achicoria! El café negro, fuerte, amargo. Ese mordisco en la boca que requiere, en cuanto se ha bebido el trago, un pequeño y satisfecho chasquido de la lengua. Esa quemadura detrás del esternón que azota y despierta, que acelera los latidos del corazón y conecta las neuronas". 

(La traducción es de Manuel Serrat Crespo, que logra solucionar muchas de la puteadas --aunque no todas-- sin caer en españolismos. Está muy bien la tradux).

8 de octubre de 2012

Hoy volvió Tomlinson


Una idea que me gusta pero de la que no estoy segura (para variar): que un poema "tuvo éxito" conmigo si logró instalarse de alguna manera en mi mente (con una imagen, una sensación, una frase) como para resurgir el día menos pensado.
Bueno, hoy me pasó. Atardecía, volvía caminando por Juramento en cierto estado emocional y me empezó como a acunar la cantinela: "tanto del entorno, lo no dicho, pesa sobre nosotros a esta hora".
Llegué y busqué el poema de Charles Tomlinson, que traduje en 1997 y pocas veces leí desde entonces. No era "lo no dicho" sino "lo no visto", y además hay otro verso en el medio. El poema no habla exactamente de lo que yo quería hablar. Y sin embargo vino a hablarme.                                                                                                                                                    
(Le pegaría una buena corregida a esta traducción pero ahora me dieron ganas de ponerla así. 
"Por Madison" es parte del libro Notas de Nueva York --Notes from New York-- que alguna vez traduje entero).                                                                                                                                              

Por Madison                                                                                                                                                                                                                                                                             
Caminamos por Madison. Es el final                                                                                                           
   de una tarde de invierno: la niebla                                                                                                     
suprimió los alcances de la vista
   mientras los ríos (no los podemos ver)
defienden su derecho a la isla que rodean.
   tanto del entorno, lo no visto -
el desamparo más allá de las torres cercenadas por la niebla -
   pesa sobre nosotros a esta hora:
saboreamos el vino de la soledad de los espacios
   en el mismo instante en que elegimos la calle
que parece un hogar al que se vuelve, convertida
   de pronto en fiesta cuando entramos en ella
con el olor de las castañas en los braseros de la esquina.

23 de septiembre de 2012

Cuando sea grande quiero traducir del italiano


Dunque sigo practicando. Dos Rodaris más, en versión dominguera.

¿Por qué la gente no se lleva bien?

Se lo pregunté a un conocido que se las sabe todas. Me respondió:  "Y... ¡tantos cerebros como cabezas!". ¡Cielos! También él era un Viejo Proverbio y no me había dado cuenta. "Más que de las cabezas", dije, "¿no será culpa de los monederos? Ricos y pobres no pueden pensar las mismas cosas".
   Él lo pensó un momento y finalmente dijo:
Tantos cerebros como monederos! ¡Pero éste es un proverbio nuevo!".
   El Viejo Proverbio se horrorizó de tanta audacia, y del horror le vinieron paperas.


¿Por qué el agua es incolora?

El agua deja pasar los rayos de la luz sin absorberlos: por eso no tiene color propio.
"Soy apolítica", dice el agua; "no soy ni roja ni negra".
   Luego se descubre que basta un sobrecito de brillantina para volverla amarilla, verde, marrón; del color que quieras. Es un personaje sin carácter: usala para lavarte, pero retirale el saludo.

17 de septiembre de 2012

Se viene el rusaje




Se me juntaron dos fechas; lo que nunca. Qué va' cer.

10 de septiembre de 2012

Cholulectura


La primera vez que leí a Fabio Morábito fue de unas fotocopias, o tal vez no exactamente, pero tengo la sensación de que eran cosas sueltas -- algo online, puede ser. Me pareció que me hablaba sólo a mí y yo ni sabía bien quién era; lo encontré por casualidad. Entonces procedí a poner varias líneas de un poema suyo en uno mío; entre comillas me pareció suficiente, se ve, porque no aclaré en ningún lado a quién citaba.
Más tarde supe y leí más de Morábito y además maduré un poco y me di cuenta del casi-afano que había cometido. Conseguí su mail y confesé, y le pedí disculpas, y cuando el poema volvió a publicarse, en una antología, tuve la decencia de agregarle un asterisco y explicar a quién pertenecían esos versos entrecomillados.  
Después lo conocí en persona y otra vez con las disculpas. Creo que lo harté.
El domingo que viene comparto con él mesa de lectura. Imagínense.
También con Samira Negrouche, a quien no conozco pero tengo muchas ganas de conocer. A ella no le robé nada, pero ya se presentará la ocasión.
No sé si leer el poema con los versos entrecomillados; es viejito. ¿Como una gracia, tal vez? O como un "gracias".
Seguro voy a leer otra apropiación: algunas traducciones de James Schuyler, ya que  pronto va a salir el libro por Gog y Magog. 

30 de agosto de 2012

Para ustedes, chicos (II)

Cruzábamos Londres con Amelia en el primer asiento del piso de arriba del famoso colectivo rojo y doble, viendo pasar la ciudad casi como una proyección, y en el asiento de al lado iba esta pareja de jóvenes portorriqueños:


Ya sé que de ella no se ve más que el ángulo del brazo izquierdo, unos mechones de pelo por detrás de la cabeza de él y la cartera; pero a eso voy. Ése era su porcentaje de participación en la cháchara incesante con la que nos obsequió este joven durante 30 minutos.
Le saqué la foto porque no me bastó con mirarlo incrédula. Su voz sonaba y resonaba por todo el piso superior del colectivo, que pim que pam y que pim que pam, mientras que la voz de ella no se oyó nunca. Ella, cruzada de brazos, miraba por la ventanilla del costado. Ni siquiera por el gran vidrio de adelante. Muy pero muy de vez en cuando giraba la cabeza hacia su novio, que en una de esas ocasiones aprovechó para darle un beso y seguir hablando. Ni una sola vez reparó en la indiferencia de su compañera, ni pronunció el famoso "¿Me estás escuchando?" que suele atribuírsenos a las mujeres.
Simplemente era feliz en su propia salsa; y vaya si estaba entusiasmado: hablaba de su sueño de ser alguna vez productor musical. Como la lechera con el cántaro vacío, ya estaba pensando qué hacer con la plata que ganaría y la vida loca que llevaría cuando lo lograra. El monólogo fluctuaba entre dos vidas paralelas: la soñada y la real, en la que mi compañero de ruta se desempeñaba como mozo en un restaurante. Las anécdotas de estas dos instancias biográficas se enlazaban con bastante gracia, hay que decirlo. Yo nunca estaba segura de si lo que contaba había pasado en el restaurante o pasaría en un estudio de grabación. Todo era enunciado con la misma intensidad. Como por ejemplo esta frase que anoté, y que remató un largo relato indignado sobre un cliente descortés:
"Y él me dijo: quiero mi bacon very very crispy, get it?".

Bueno, finalmente me vengo a dar cuenta de que el muchacho sí tenía una audiencia atenta, conformada por mí. Mientras Amelia dormía sobre mis piernas lo escuché, lo fotografié y le tomé dictado.

Con razón no reclamaba atención.

Juro que me estoy dando cuenta de todo esto ahora, mientras lo escribo.

¡Plop!


28 de agosto de 2012

Para ustedes, chicos


El hombre en el espacio

No tienen más que escuchar cómo un hombre
le habla en la mesa, con más gente, a su mujer
el empeño que pone en defender su idea
aun cuando a ella empieza a temblarle la boca

para saber por qué las mujeres en la ciencia
ficción, con un planeta sólo de ellas
no aparecen haciendo una ensalada o leyendo una revista
cuando llegan los hombres de la Tierra en sus cohetes,

por qué siempre están de pie en un semicírculo
con los brazos cruzados, las piernas desnudas separadas,
los pechos protegidos por duros discos de metal.

Billy Collins

Español y liliputiense


Anoche me llegó el sobre manila acolchado con remitente de Cáceres y la cálida nota de José María Cumbreño, el esmerado e inspirado editor de Ediciones Liliputienses. El catálogo de "La biblioteca de Gulliver" incluye varios poetas americanos que sospecho (la verdad es que no me puse a investigar) que, como yo, no habían sido publicados en España: Martín Gambarotta, Rocío Cerón, Luis Chaves, Frank Báez, Marcela Parra, Maurizio Medo, Gladys González, Rafael Courtoisie y otros (vayan al blog que además del catálogo hay recorridos internos por los bellos libros).
El mío, que acá se ve sostenido por la niña-que-falta-al-jardín, es una antología que incluye poemas de todos mis libros ("todos mis libros", buá).
Estoy contenta de integrar esta colección. Juro que no es sólo otro caso de triste egolatría. O que es un poco más que eso.


17 de agosto de 2012

Estas asociaciones

Había estado en Londres hace mucho -- en el '95 -- y sola. Con lo que caminaba todo el día de un lado a otro y decidía si entraba o salía y cuánto me quedaba y con quién hablaba; o si hablaba. 
Ahora volví con hijos y marido. Y algunos días fueron de madre e hija -- Amelia y yo por subtes, puentes, calles y barcitos. 
Un día fuimos a Tate Modern. Entramos y cruzamos el hall inmenso de esa ex usina eléctrica hasta llegar a la también inmensa parte de atrás. Ahí vimos algo raro, que no supimos descifrar. Nos quedamos un rato mirando. Había gente que cruzaba el hall pero no estaba claro si con un objetivo o sólo para pasar del otro lado del museo. Había gente charlando y había gente dudando. Y también algunas hileras de tres o cuatro personas que caminaban hacia atrás dirigiendo la mirada hacia el entrepiso. "¿Qué hacen? ¿Qué estarán mirando?", le pregunté a Amelia. Tuve el impulso de acercarme a investigar si ahí "pasaba algo" o si yo, como de costumbre, bañaba en extrañeza los desplazamientos casuales del público. Pero decidí empezar a recorrer el museo porque sabía que con niña de 5 el tiempo y el contacto iban a ser limitados.



Salió bien la visita. Ame y yo tuvimos algunos lindos intercambios sobre la sensación que nos dan los museos. Eso compensó el tiempo a solas delante de ciertos cuadros o proyecciones o esculturas que no pude tener como tenía en otras épocas. En un estilo muy distinto al de la soledad, me quedé con la sensación de que "había pasado algo".

Unos días después, volviendo a Buenos Aires y leyendo el New Yorker en el avión, me encontré con una larga nota que me explicó eso que había visto en el hall de la Tate. Era el nuevo trabajo de Tino Sehgal, "These Associations". Claro que yo había visto el nombre de Tino Sehgal en la entrada; creí que era uno de los artistas a cuyas instalaciones Amelia se negó a entrar, porque estaba oscuro y le daba miedo.

Tino Sehgal construye interacciones humanas. Sus obras son lo que él llama "situaciones construidas". En la nota del New Yorker Lauren Collins lo describe como un "arquitecto de la interacción". Se trata de transformar acciones en lugar de cosas o materiales. De producir cierta realidad a través del contacto entre dos o más personas que no se conocen.

"These Associations" consiste en setenta "intérpretes" (un grupo heterogéneo de personas que Sehgal y sus asistentes reclutan y entrenan) cuya función es acercarse a los visitantes del museo y tratar de entablar con ellos un diálogo "significativo".  "Una serie de diálogos estilizados que se salteen las formalidades de la interacción social y produzcan un concentrado intercambio de ideas", dice Collins.

La consigna fundamental que les dio Sehgal a sus intérpretes fue que intentaran conversar sobre momentos en los que hubieran tenido una sensación de llegada, de pertenencia, de satisfacción o de insatisfacción con ellos mismos. Para esto les transmitió algunas estrategias retóricas. Porque el diálogo tiene que cumplir con ciertas características para que la obra resulte exitosa. "Si el otro dice algo que está bueno y se engancha en el mismo nivel que ustedes, vamos bien", explicaba Sehgal en una de las reuniones previas a la inauguración. "Pero si se pone a hablar de tonterías tienen que tener cuidado, porque la obra es una creación conjunta. El público tiene poder (...). Y en última instancia, aun cuando produzca más momentos banales que ustedes, sigue siendo el público el que va a juzgar la banalidad de la obra".

Leyendo todo esto en el avión me dio un poco de pena no haberme metido en el oleaje del Turbine Hall. ¿Cómo habría sido ponerme a conversar ahí de algo íntimo, con Amelia al lado y en un idioma que no es el mío? ¿Podría haber salido transformada, en algún punto? Creo que si por algo, y para mi sorpresa, pude esquivar el escepticismo y apreciar la idea de Tino Sehgal fue porque yo misma, aunque sin aspiraciones artísticas, intento a veces construir este tipo de situaciones. Así es que digo cosas inesperadas hasta para mí misma, y muy a menudo bastante personales: en un negocio, en la cola del cajero o a un taxista. No es a propósito. Y muchas veces me arrepiento o al menos me avergüenzo un poco. Pero no puedo evitarlo. Como si investigara cuál es el punto de cruce íntimo que puedo tener con un desconocido, fugazmente, en los momentos menos pensados.

Y sí que puede haber transformación en estas asociaciones. Hace poco alguien en Twitter contó que había consolado a la cajera del supermercado, que estaba llorando. La sacó a la calle unos minutos y charlaron. No se conocían ni se hicieron amigas. Pero tuvo que haber una transformación ahí; en las dos.

De todas formas, cuando terminé de leer la nota me pareció que aun sin haber sido una de las "co-creadoras" de la obra de Sehgal, había participado. Porque ahí en el borde del hall, por un momento,   me pregunté cosas. Le pregunté a Amelia. Y esas cosas siguieron rebotando entre nosotras durante la visita al museo, y cuando compramos postalcitas y un libro en la tienda o nos tomamos un café en el bar del primer piso. Nos dijimos cosas que no nos habíamos dicho antes. Nos asociamos de una manera nueva.

13 de agosto de 2012

Y pilón de preguntas


Después en La Feltrinelli me compré este libro de mi querido y admirado Gianni Rodari. Bueno, me/les lo (les + lo = se lo) compré a los chicos pero para que lo lean tendrá que pasar por el tamiz de mi traducción, así que me lo compré también a mí. Bueno: me lo compré para mí.
En El libro de los por qué Rodari les responde a un montón de chicos que le han escrito con preguntas como "¿Por qué nacemos?", "¿Por qué yo soy yo?" o "¿Por qué las herraduras traen buena suerte?". La mayoría de las respuestas, aunque no todas, consisten en una explicación en prosa y una coda en verso. Y un dibujo (de Giulia Orecchia).
He aquí mi primer pequeño ejercicio de traducción:



¿Por qué papá me promete tantos juguetes si tiene poca plata?

Hay que ser buenos con los papás que tienen poca plata. No pueden regalar tantos juguetes pero pueden regalar una promesa, y lo hacen de todo corazón. Así que yo digo que hay agradecerles igual, y quererlos mucho, y desearles que ganen la lotería. Además, hay que recordar que este sistema de los juguetes funciona muy mal. A mí me parece que habría que reformarlo con una ley del Parlamento.

Son lindas las vidrieras
de las jugueterías;
florecen todo el año
de regalos y velas
como árbol de Navidad.
Pero los vidrios, me pregunto,
¿para qué los ponen?
¡Así no se puede agarrar nada!
El vidrio, dicen, es transparente,
pero para mi mano es duro
como un muro.
Si quieren que los chicos
se diviertan de veras
¡háganlas sin vidrio, las vidrieras!

9 de agosto de 2012

Pilón de fotos



En Londres me compré este libro de Billy Collins y durante varias noches me dormí después de leer un mismo poema, que no es éste sino otro que no se dejó traducir tan así nomás y velozmente como éste, que también me gusta aunque no tanto como el otro pero que por otra parte me viene muy al caso aquí y ahora. El otro se llama Driving with Animals y espero traducirlo un día con más tiempo. Éste, como digo, lo traduje tomándome licencias varias, aunque, me parece y espero, sin serle para nada infiel.





Tierras extrañas

Ahora las fotos del viaje del verano
se desparraman por la mesa como si fueran espejitos
que reflejan nuestro lugar en la historia europea.

Son el botín del viaje, con marco y coloridas,
fracciones de segundos que después de la cena
vamos pasando a los amigos para hacerles creer
que encontramos dulzura, en algún lugar, lejos.

Ahí estamos, la mirada familiar en lo extranjero,
detenidos frente a una puerta cisterciense,
o reclinados, oblicuos, contra un kiosco;
congelados detrás de un Della Robbia
azul y blanco, o ante la mesa de un café
tapizada de libros de referencia,
oscurecidos en la sombra subexpuesta de un toldo.

El mozo al fondo, con bigote y delantal,
les lleva a otros sus bebidas aun ahora
mientras miramos el pilón una vez más
notando que intentábamos quedarnos
quietos como pinturas hasta ser liberados
por el crujido del obturador

para seguir, desenfocados, sin fotografiar,
por una calle con canteros y motos,
dos borrones en la luz menguante de la tarde,
las cámaras en sus estuches negros,
balanceándose, ciegas, a nuestros costados. 

19 de julio de 2012

En el avión


Amelia tiene un cuaderno y una caja de marcadores y dibuja. Una fila adelante, el nene israelí hace lo mismo.
Amelia hace un dibujo y escribe AMELIA. El nene hace un dibujo y escribe SHLOMO.
"Me gusta".

1 de julio de 2012

El pájaro y la noche



El amigo Luis Pereira se viene especialmente de la tierra del legalize it para presentar las dos antologías de Civiles Iletrados. Por fin voy a ir Otra Lluvia; siempre quería.

26 de junio de 2012

Amelia gira con vestido nuevo

Un endecasílabo y tres fotos.







25 de junio de 2012

Mujer bajo influencia

Antes tal vez tenía una pequeña idea y la agrandaba ("desarrollaba") para engalanar mi blog. Ahora tal vez tengo una idea mediana o con perspectivas de desarrollo pero la comprimo (y muchas veces la achico) para rellenar el timeline de Twitter.
¿Es esto bueno  o malo (para el pueblo judío)? Estoy viendo. 
En este momento soy, como Gena, una mujer bajo influencia, y no sólo bajo influencia de Twitter (buena estaría).
Buceando.
De vez en cuando asomo la cabeza y traigo un hipocampo, un pulpito, un alga; cosas para poner en la pecera.

15 de junio de 2012

Otra foto desde la ventana

De las que saca hija de 5 mientras yo, ponele, tuiteo. Ésta podría llamarse 
"Yin yang porteño".


3 de junio de 2012

Una locomotora llamada melopeia



(Este textito lo escribí para un libro que se llama La música de la poesía, que publicó este año Ediciones Del Dock. La la la.)


¿Por qué me tira tanto la temática ferroviaria? ¿De dónde me viene esa constante inclinación a usar imágenes relacionadas con el tren? Porque me tira, me tira... ¿O será que en realidad tira de mí, igual que la locomotora da tracción a los vagones que la siguen? Tal vez es eso: un motor que impulsa mi escritura y mis lecturas. Delante va el motor y detrás los vagones, dejándose llevar. Pero dejándose llevar con cierta musiquita: ta-tán, ta-tán, quetrén, quetrén... Sí; es posible que me identifique con los trenes porque, como yo, tienen locomotora: la que los mueve y les propone un ritmo. Y a mí se ve que tienen que moverme, y moverme con ritmo.
   La poesía que me gusta tiene tracción a música. Está hecha de versos que se pueden canturrear. Guardo en la memoria (entre tantas otras cositas sueltas) una colección de partes de poemas que sé que me gustaron o me gustan pero que no recuerdo palabra por palabra. Lo que recuerdo es su música, y ciertas características sonoras que vuelven a desplegarse en su totalidad cada vez que los releo. Y son muchas las veces que el impulso de releerlos lo provoca la aparición espontánea de su musiquita, como desde un almacén mental de larga data que se autoactiva en random en los momentos más inesperados –en la calle, caminando, bajo influencia de unos mazazos contra la pared o invocados por el traqueteo del carrito de bebé sobre diferentes modelos de baldosas–  y me ofrece pintorescos popurrís. (De larga data, aclaro, porque los elementos incorporados en la infancia y la adolescencia no sólo no se borran, sino que suelen ser los primeros en aparecer).
   Para armar un ejemplo:*

Wanted, wanted: Dolores Haze.
Hair: brown. Lips: scarlet.
Age: five thousand three hundred days.
Profession: none, or "starlet".

Brillan las moreras y los carolinos,
se hinchan los sarmientos de las viñas prietas,
y hay en los caminos
y en las ríspidas sierras violetas
una triste alegría pagana
que es oro en la tarde y oro en la mañana.

Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.

Rage, rage, against the dying of the light.

allá va
allá va
un satélite en el cielo...

Rage, rage, against the dying of the light.

   Y ya que lo cité: igual que Dylan Thomas, me enamoré primero del sonido de las palabras. También a mí me sedujeron, al principio, las formas sonoras de las rimas infantiles más que las peripecias de sus personajes. Y poco a poco pude ver que esas formas sonoras entraban en contacto produciendo toda clase de música. No sólo la agradablemente melodiosa, la de métrica regular y rima exacta, la equipada con acentos internos que vuelven a un poema “poema cantable” (como el cantabilísimo Wanted, wanted de Nabokov). También la musical rispidez con que ciertas palabras se miden entre sí, se entrechocan o se suben una encima de otra:

What are the roots that clutch, what branches grow...

   O esas líneas sueltas que se nos instalan como si fueran estribillos, resurgen una y otra vez convocadas por ¿qué? Nunca se sabe: una idea que se mueve por el mismo camino sonoro, la intención de decir alguna cosa con iguales altibajos... la intención, incluso, de moverse con iguales altibajos:

El pasto, el sábado, surcado por las huellas...

A esta hora dignísima de la noche...

La tua irrequietudine mi fa pensare
agli uccelli di passo che urtano ai fari
nelle sere tempestose...**

   ¡“Nelle sere tempestose”! Acá Montale, sin duda por medio de la alquimia, logra una música tan  breve y tan exacta que repetir esta sucesión de tres palabras es casi como comer un caramelo. Y no es sólo el sonido (hay frases donde sí); me parece que interviene, además, otra cuestión, que es la musicalidad surgida del feliz alineamiento de una idea con la manera en que es expuesta (cuando forma + contenido = música). Comparar una sensación de inquietud con pájaros que se chocan contra los faros en las noches de tormenta es ya, en mi opinión, una forma de composición musical. Decirlo con las palabras de Montale es lograr que esa composición ofrezca no sólo placer intelectual y auditivo, sino también una cierta voluptuosidad gustativa.
   Y hablando de ponerse frases en la boca, pienso que existen incluso palabras que funcionan como microcanciones. Cada uno tiene, según su gusto, una serie de palabras que disfruta pronunciar, como quien canta o tararea. Sílabas incluso o, para oídos sutiles, sonidos sueltos. Cuando se escribe siempre están ahí a mano, como recurso para impregnar el entorno con su posibilidad musical, para impulsar la frase (quetrén-quetrén) o para dar la nota.

   Esta muy breve reflexión me llevó del poema a la estrofa, de la estrofa al verso suelto, y de ahí a la frase aislada, a la palabra tentadora, al fonema solitario y sin embargo cantor. Sólo me queda incluir el silencio, que arma y desarma melodías a un lado y otro de la barrera de mutismo. Silencio músico que gira entre las ruedas del
     quetrén...   
                     quetrén...
                                    enlenteciéndolas, cuando vamos llegando a la estación,
                                                                                               cuando volvemos a arrancar.                    


       





* Se puede imaginar, entre fragmento y fragmento, el chillido de la púa sobre el vinilo cuando el disc-jockey lo mueve hacia atrás y hacia delante.

** (Los versos que cité pertenecen –en orden– a Vladimir Nabokov, Alfredo R. Bufano, Jorge Teillier, Dylan Thomas, Leónidas Lamborghini, T. S. Eliot, Jorge Aulicino, Rodolfo Edwards y Eugenio Montale).

24 de mayo de 2012

¿Es la luna?



No, es el reflejo de la lámpara de papel en  uno de esos cielos escenográficos que hubo la semana pasada, o la otra. Mi hijita Amelia anduvo fotografiando atardeceres por todas las ventanas de la casa.

10 de mayo de 2012

Sobre una idea de Nanni Moretti*

La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, lo leí en mi primer viaje sola en micro, rumbo a Miramar, a los 14 o 15. De vez en cuando me servía un cafecito de la máquina del fondo. Casi todos dormían. Debo haberme sentido mil.


Los cuentos y diarios de Anaïs Nin los leí a los 30 en el noveno piso de la biblioteca de NYU, traducidos al inglés, ante el inmenso ventanal, sin nadie con quien compartir la sensación de zarpe.


Katy va a la escuela lo leí a los 10, boca abajo en el triángulo de sol que caía sobre el parquet de mi cuarto a la tarde. Muriéndome de ganas de que me pusieran pupila en un lugar así para sufrir primero y desafiar después. La secundaria, años más tarde, me demostró que no habría sido buena idea.


El otro lado del dólar, de Ross Macdonald, lo leí a los 13 en un hotel de Torres, Brasil. Me quedé dormida con el libro en las manos y la cara sobre la pared, y cuando me desperté y abrí los ojos contra el blanco total tuve un instante de pánico: creí que me había quedado ciega.


Viajar de noche, de Claudia Prado, lo leí a los 39 en el bar El Torreón, en una horita de recreo de la maternidad, cuando Amelia tenía pocos meses. Me pedí un café doble y un strudel de manzana y no sé si alguna cosita más. Me tiré de cabeza a los poemas y nadé hasta el fondo, porque sabía que podía faltar mucho para el recreo siguiente.



Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato, lo leí a los 6, pocos meses después de haber aprendido a leer. Mayormente en el balcón de la casa de mis abuelos, sobre la calle Carril, en una de esas reposeras plegables de tres cuerpos que siempre quedaban chuecas por algún lado.


Therapy, de David Lodge, lo leí a los 28 en colectivos, yendo y volviendo de mi propia terapia. Lodge me hacía reir y me permitía, por un rato, respirar. Aquella terapeuta gustaba de decirme que yo no diferenciaba muy bien entre vida y ficción. Latiguillo que nunca me sirvió de mucho.


Long Day's Journey Into Night, de Eugene O'Neill, lo leí a los 19 en la Biblioteca Lincoln. Era para Literatura Norteamericana. Costa Picazo me había dicho: "Usted, Wittner, podría leerlo directamente en el original". Fue el primer libro entero que leí en inglés y me sentí muy orgullosa. Gracias, Rolando.


Retrato del artista adolescente, de Joyce, lo leí a los 22 o 23 en el bar del Club Villa Crespo, después de nadar, con café y medialunas mazacote. El bar tenía un gran ventanal que daba a la pileta, con lo que se filtraba un poco de ese olor a encierro clorificado, y yo conservaba, mientras leía, la sensación de blandura y bienestar, los ecos indefinidos de debajo del agua. Me parecía que ese estado me acercaba a la posibilidad de ser Stephen.


*Vi el minicorto Diario de un espectador, de Nanni Moretti, y al principio creí que era parte de un largometraje y me ilusioné muchísimo. En realidad es sólo una parte de una película colectiva que se llama Chacun son cinéma. Moretti cuenta dónde y con quién vio algunas películas; habla de la circunstancia, no de la película en sí. Me habría quedado escuchándolo horas. Por eso después me puse a invocar circunstancias de lecturas. Recuerdos que tuvieran más que ver con la circunstancia que con el libro. Claro que viene todo junto. La textura del recuerdo, digo.




Yo escribo esto y pienso: a quién le puede interesar. Sólo sé que a mí me encantaría leer párrafos así escritos por otros. Aun por gente que no conozco, que leyó libros que no conozco. Así como me gusta ver fotos de desconocidos.



7 de mayo de 2012

Otro de chicos mirando grandes


Sigo con mi colección. Éste es de Mark Strand, traducido por Ezequiel Zaidenwerg. Está en Me va a encantar el siglo XXI, de Ediciones Gog y Magog.


Qué ven los chicos cuando miran a los grandes. Qué intentan ver, qué necesitan ver, qué ven.


Hablando de mirar, el video mírenlo así chiquito que sólo puedo subirlo en baja.

27 de abril de 2012

Imblancamente blanco: el rey de los dos puntos

Con Miguel Petrecca estamos armando el libro bilingüe de James Schuyler para Gog y Magog. Este poema de acá abajo me parece... no sé, ¿perfecto? No creo, Jimmy no suele ir para ese lado. Es el poema perfecto para un día de lluvia. O es el poema que más perfectamente logró acorralar con palabras ese tipo de luz. O de los que yo leí. O no sé, no sé. Lo copio.
Ah -- el libro va a tener fotitos y una entrevista.


La luz adentro


y la luz afuera: la opacidad
de una lluviosa mañana de abril:
sombras sutiles
que proyecta la lámpara
sobre la luz del día,
una luz no forzada
la esencia
de la nubosidad
que baja brumosa hasta la calle:
y el marco
imblancamente blanco de una foto enrollada
se modela
como la luz del norte
modeló la cara en esa foto:

y contra una ventana
un árbol muestra
cada hoja levemente coloreada
de otro tono sombrío, algunas
transparentes, otras
no: y en la punta
la oscuridad partida
por la luz que cae
desde afuera (creada
por su ausencia)
yace luminosa dentro de sí misma:
la luminosa oscuridad interna.


16 de abril de 2012

De chata figura, de amarga dulzura



En Durazno de Palermo presentamos los libros
junto a Luis Pereira y Horacio Fiebelkorn.

En Durazno del Sur vimos a Ana Prada saliendo de la ferretería. La saludamos y charlamos un rato.

9 de abril de 2012

Chicos mirando grandes


Creo que empecé a coleccionar poemas que tienen chicos mirando grandes. Éste de Paz Levinson está en su libro Falsa estepa, de Gog y Magog.

3 de abril de 2012

Felicidad sensorial

¿Llega a olerse?



2 de abril de 2012

La calle Durazno


Después de tanto cantarla, se presenta mi libro, junto con el de Horacio Fiebelkorn, ¡en la mismísima y jaimeroosiana calle Durazno!



Laura Wittner
Horacio Fiebelkorn
en
Uruguay

Presentación en Uruguay de

Noche con Posibilidades
de Laura Wittner

Pájaro en el palo, antología personal
de Horacio Fiebelkorn
Editados en la colección Ojo de Rueda de civiles iletrados
Jueves 12 de abril, 20:30, Kalima (Durazno y Jackson, Montevideo)Viernes 13 de abril, 20:30, Jazz Café (Ledesma y Acuña de Figueroa, Maldonado)


15 de marzo de 2012

Chéjov para todos y todas





Acaba de salir este hermoso libro de Tres en línea, pensado para lectores de todas las edades.
Es un cuento de Chéjov sobre una perrita que me parece que era igual a mi perra Lenka. Yo me la imagino igual. Y Lenka también tenía nombre ruso.
Eleonora Arroyo lo ilustró y yo lo traduje del inglés, ya que el ruso me resulta un poco confuso.  























Tiene esta cosa encantadora de los libros de mi infancia: debajo de la ilustración, se repite la línea del texto a la que alude el dibujo.

13 de marzo de 2012

El viejo truco de la traducción literal

Cuando estamos de buen humor permitimos que los "idioms" nos den risa. ¿Sí o no?
Hoy: "to fall flat". Justamente, "no hacer gracia".
"La verdad que su chiste me cayó bastante chato".
¡Qué plato!


9 de marzo de 2012

Papiro escaneado


La Lucila del Mar, Ángeles de Charlie. Circa 1990.

8 de marzo de 2012

Habilidades perdidas

La iniciación: Villa Gessell, los '80.




Entrenamiento intensivo: La Lucila del Mar.




Días de gloria: llegan los flippers a Villa Crespo.



Acercándome a la cima de mis capacidades con estos dos. Saliendo a por fichines a toda hora.





Con éste llegamos al doctorado.




Ahhh... la felicidad era una hilera de flippers.


(Pero no te me pongas tan cerca que no puedo mover bien los codos).

6 de marzo de 2012

Otro anuncio







El libro del precursor de twitter que traduje hace unos meses ya salió y está muy bueno. Y muy lindo, además. Me lo estoy leyendo otra vez y creo que lo disfruto más que cuando lo traduje. Bueno, si podemos hablar de disfrute en una temática tan lúgubre. Me sobresalta un poco la rareza sintáctica de mi propia pluma, y tengo que obligarme a recordar que no es tan tan mi pluma y que intenta seguir de cerca esa manera rara de construir que usó Markson para sus fragmentos.
No se ve bien en la foto; es de La Bestia Equilátera.

5 de marzo de 2012

Yo me acuerdo

Del día que iba caminando por la calle, creo que era Pasteur, y vi en la pared un afiche que anunciaba el primer número de Diario de Poesía. Si no me equivoco, estaba Nabokov en la tapa. Me vino un gran entusiasmo; fui a buscarlo y me lo compré. Desde entonces, casi siempre. Y ahora el Diario cumple 25 años, con lo cual andá a saber cuántos tendré ya yo. Yayo. Bueno, más allá de eso, para mí es un gran honor que me hayan invitado a leer en su fiesta de cumpleaños. Es el jueves a las seis. Y tengo muchas ganas de escuchar a mis compañeros de mesa.



4 de marzo de 2012

Cosas que se sienten sólo los domingos


Cuando ME canta así, con esta vocecita que ME pone en "Memory Motel", me duele la sensación de que es alguien que existe, de quien estoy enamorada de verdad, con quien creo tener una enorme intimidad, y a quien nunca voy a conocer.

22 de febrero de 2012

Este verano reincidí con mi amigo el francés


Me gustó mucho esto:


"No hay que despreciar los juegos de palabras. Los peores son para los mejores amigos. Es el precio inefable de la intimidad".

Igual no sé; así sacado de contexto... Pero me llevó a todos esos felices momentos de risa casi imbécil y cómplice con ciertos amigos, con quienes nos unieron, sobre todo, los peores juegos de palabras. 


*El señor niño se llama Simón y es mi nieto guatemalteco.

15 de febrero de 2012

Dígalo... ¡pero dígalo cantando!






De qué rincón con telarañas de mi mente resurgió la entusiasta propuesta de Silvio Soldán, no sé. Yo lo que quería era contar que salió este libro de Ediciones del Dock, donde varios pensamos, desde muy diferentes estilos y puntos de vista, sobre el tema del título. Mi muy breve texto, Una locomotora llamada melopeia, bien podría resumirse en el nombre de la prenda dominical a la que alude el título de este post.

4 de febrero de 2012

Quiero expresarlo así

"Me gustaría pensar que los objetos inanimados están sometidos a un ritmo distinto porque no tienen capacidad de pensar.
De una de las ramas de la higuera del patio, por ejemplo, estuvo colgada durante muchos años una escudilla oxidada. Tal vez un inquilino que falleció hace tiempo la arrojase alguna vez por la ventana de la planta alta y al caer fuese atrapada por las ramas. Cuando vinimos a vivir aquí, la escudilla ya estaba cubierta de óxido al otro lado de la ventana de la cocina. Cuatro, cinco años. Ni siquiera los fuertes vientos del invierno conseguían tirarla al suelo. Y resulta que la mañana de Año Nuevo estaba junto al fregadero de la cocina y vi con mis propios ojos cómo la escudilla caía del árbol. El viento no soplaba, ningún gato ni pájaro sacudió las ramas. Tan sólo unas fuertes leyes desconocidas para mí maduraron en ese preciso instante. El metal se deshizo y el cacharro cayó al suelo. Quiero expresarlo así: durante todos esos años vi un absoluto reposo en algo agitado durante todo ese tiempo por una corriente interior oculta."

Amos Oz, en Mi querido Mijael.


(Traducción de Raquel García Lozano; agradézcanle a ella las escudillas y los fregaderos. No, pero traduce muy lindo Raquel. Me encantan sus traducciones de Amos Oz. Además, andá vos a traducir del hebreo...).