6 de diciembre de 2013

Tres que traduje de mi nueva favorita



Te quiero mucho a vos
y a tu pelo corto
a tus cordones sueltos
y a tus medias caídas
a cómo sos si te reís
y a cuando ponés la trompa
en las rodillas huesudas
y a tus ojos serios
a cómo movés las manos
y a cómo te viene el sueño
a cómo me saludás
y a cómo corrés en la plaza
cuando con nosotros está el viento
y el cielo sobre las casas
es como una capa
violeta


Lagartija, dale, te arranco la cola
¡si total sabés que te vuelve a crecer!
¿Y vos qué tenés que te vuelva a crecer?
Nada. Nada, ¡yo no tengo cosas así!
Y entonces cómo hacés, sin cola cómo hacés
para aprender a seguir viviendo
aunque te falte algo
y esperar el tiempo necesario
para que lo que te falta no te falte
más. Sin cola ¿cómo hacés? ¡Casi             
casi te la presto!


Ahora que sé leer
las palabras escritas
le leo a mi hermano
las historias que no sabe
Basta, no tengo ganas
le dije anoche
¡arreglátelas solo!

y él que no sabe leer
con el libro en las piernas
me leyó serio serio
una historia que no está
Una historia que volaba
tan arriba de las piernas
que las palabras escritas
nunca la atraparán



De E sulle case il cielo, Giusi Quarenghi y Chiara Carrer. Milán, Topipittori, 2007.

4 de noviembre de 2013

Amos Oz: el día que fui groupie

Habrán visto que uso este espacio para permitirme excesos como hablar reiteradamente de alguien, ponerle "ídolo" como etiqueta y linkearlo con mis propias menciones de su nombre una y otra vez, en cadena. Bueno, dentro de esa modalidad suelo citar a Amos Oz -- ahí tienen, ya lo linkié. 
Resulta que este año Amos ganó el premio Franz Kafka y lo fue a recibir a Praga justo cuando yo llegaba. Así es que el 23 de octubre dio una lectura pública en la Franz Kafka Society (can't stop linking), que es una librería chiquita en la calle Sĭroká -- si preguntás a media cuadra mucha gente ni te sabe indicar;la atravesás, cruzás un patio y bajás unos escalones, hay una sala angosta, oscura, llena de libros.


Fui temprano y con ansias. Tuve el impulso de abrazarlo cuando llegó y me pasó por al lado sin que nadie notara que había llegado.
Después habló en inglés y se fue dejando trasladar al checo, leyó en hebreo una parte de Una historia de amor y oscuridad y del primer cuento de Escenas de la vida rural (que yo hipercanchera seguí desde mi edición en castellano) y contestó varias preguntas de las que sólo, claro, entendí la respuesta.

Dijo entre otras cosas que debajo de la oscuridad siempre hay humor y debajo del humor más oscuridad. Que su abuela le decía: cuando no te queden más lágrimas para llorar, empezá a reirte.
Dijo: si me piden que explique en una sola palabra sobre qué escribo, digo: familias. En dos palabras: familias infelices. En tres: lean mis libros.
Porque, agregó, las familias felices -- si es que existen, que lo duda (apenas puede creer que sigan existiendo las familias, "casi nadie es monógamo por naturaleza") -- no necesitan una historia.

Contó lo culpable que se sentía en el kibbutz por tener asignado un tiempo semanal para escribir -- y ni siquiera lograrlo -- mientras que los demás "trabajaban en serio". 
Y obviamente habló sobre Israel y Palestina, esos vecinos que "tienen que dividir la casa en dos departamentos más chicos y no intentar quererse, sino respetar pactos".

Al final se sentó pacientemente ante una larga fila a firmar libros. 

"Nice to see the Spanish edition", me dijo con una sonrisa, levantando la vista para hablarme. 
Yo le dije que tenía muy buenas traductoras al castellano. Y que estaba muy emocionada de verlo. Y le di una notita medio arrugada que le escribí mientras esperaba que llegara, aclarándole que yo nunca, pero nunca, me había comportado como semejante groupie.



1 de noviembre de 2013

Parte 2: cafés tomados (sólo algunos)


La experiencia, que se va volviendo tan excepcional


"Quiero vivir en la excepción", pensaba caminando en trance por Berlín, por Praga, ahora, hace unos días. ¿Me permiten tumblrearla un poco?

Berlín





(cuánta hoja)


(clásico)


(adquirí)


(estación de dresden)


Praga


(otro clásico)


 (mi ventanita)


(la calle que lograba llevarme a cualquier parte)





(tren)

(continuará).

1 de octubre de 2013

Cuando la carroza retroceda a calabaza

Más o menos a esa hora estaremos leyendo en Humbert Humbert. 


18 de septiembre de 2013

Mecánica de preparación de un fuego

Madonna santa, lean este párrafo de Spaesamento, la segunda novela del italiano Giorgio Vasta. 
Lo traduje io.


“(...) el pánico natural que asedia la vida de los cuaren-cincuentones que se han corrido de la vida regulada y regular de las generaciones precedentes para concentrarse en el presente dándolo por ilimitado, un lugar reversible y palíndromo, y que en un cierto punto han sido arrinconados por una fisiología cada vez más angustiosa, no solamente los brazos disueltos y las células acumuladas sino el primer disgregarse de todos esos mecanismos hasta entonces silenciosamente implícitos que de pronto empiezan a fallar y a agrumarse manifestándose periódicamente resentimientos musculoesqueléticos, en particular en la región lumbosacra, y en puntadas y espasmos e impiadosos reflujos esofágicos y en supuestas isquemias y en una arritmia cardíaca que te para en seco y te perla la frente hasta que la alarma se atenúa y se intenta volver de a poco a las acciones normales diciéndose –con un gusto a cenizas en la boca– que no era nada, no era nada.
   El pánico de la mujer cosmética también es el mío, porque mío es el miedo cotidiano al tiempo estéril, al cuerpo que se refriega contra sí mismo; los órganos internos se refriegan, los huesos se refriegan, el cuerpo envejece y envejecer es este refregarse continuo, esta mecánica de preparación de un fuego, pero mi cuerpo es una piedra mojada, es ramitas que se quiebran, el tiempo que pasa sin fricción, sin chispa”.

9 de septiembre de 2013

El perfecto programa para el sábado a la tarde


Especialmente para mí: no tengo que buscar con quién dejar a los chicos.

4 de septiembre de 2013

Miren lo que tengo


Esto convertido al castellano.

2 de septiembre de 2013

Manifiesto de la vieja chota


Lo que digo es que a pesar de la actual hipersociabilización de la poesía, yo para escribir o para leer un poema tengo que estar sola; sola conmigo misma al menos, con la mente resguardada entre cuatro paredes (un atelier mental como el de Giacometti, acá a la derecha). Y aun así a veces falla (casi la mayoría): tiene que haber esa disposición que surge de qué sé yo dónde. La poesía está siempre conmigo pero no siempre está en la primera capa; y no puedo hacerla surgir con un salta violeta. Es de mis actos más íntimos: deshacerme en un poema de otro es casi casi como.
Por eso cuando voy a lecturas de poesía, y son a medianoche y tocan bandas entre lector y lector, y hay el frú-frú del roce y el blá-blá y el descorche, la verdad es que, si me toca leer, no sé del todo lo que estoy diciendo. Y cuando escucho a otros, no sé del todo qué estoy escuchando. Lo cual no quiere decir que de ahí no surjan chispas, alguna que otra flecha que se hunde en el agua, toca el fondo, deja como una estela. 
Perdón, entonces, si me ven dispersa o si falto a la cita. Yo trato de actuar de acuerdo a la época. Pero no siempre me sale.

22 de agosto de 2013

David Grossman sobre el matrimonio





De la novela citada en el post anterior. La pintura es de Eric Fischl.

David Grossman sobre la paternidad





De Tu serás mi cuchillo (Buenos Aires, Random House Mondadori, 2012. Traducción de Ana María Bejarano). La pintura es "Melany and Me Swimming", de Michael Andrews.

19 de agosto de 2013

¡Chicos, chicos, poemas y dibujos!

Valeria Cervero, de www.poesiaargentina.com, editó esta hermosa antología de poesía para chicos de la que me alegra muchísimo ser parte. Es digital (por ahora) y se baja gratis en http://poesiaargentina.com/fichaebook.php?idEbook=25.



Los poemas son de Iris Rivera, Ruth Kaufman, María Cristina Ramos, Nelvy Bustamante, César Bandin Ron, Didi Grau, Eduardo Abel Giménez, Luciana Mellado, Roberta Iannamico y quien les habla. Las ilustraciones de Marisa Eylenstein, Julieta Laztra, Daniel Roldán, Mariel Fariña, Alejandra Ferrada, Nuria Bolzán y Romina Santos.

4 de agosto de 2013

Más por menos


1 de agosto de 2013

30 de julio de 2013

Con la pluma y la palabra

Otro con quien solemos entendernos: David Grossman. Justo cuando pensaba cómo ponerle un límite sano a esta relación entre mi cuerpo y la palabra de otros -- incluso mis palabras. Lo que sigue es de su novela Tu serás mi cuchillo, con traducción de la admirada Ana María Bejarano.

"(...) y es que hasta conocerte a ti no me imaginé que la forma de expresarse de un extraño pudiera producirme una conmoción tan fuerte como el primer contacto con su cuerpo, su olor, la textura de su piel, su cabello y sus lunares..".

26 de julio de 2013

Wittners entrando a puerto

¿"Ocupación / sin", mi bobe Henia, Helena una vez bajada del barco? No conocí mujer con más ocupaciones. No me hagan calentar.



21 de julio de 2013

Arrivati là, ti darò un bacio


15 de julio de 2013

Estoy leyendo en el cono de luz


10 de julio de 2013

Fiebre, deseo, hipocondría, poesía

Otro cuentito de Sandro Penna que estuve traduciendo:


Un poco de fiebre                          
                                                                                               
   Desde hacía varios días tenía un poco de fiebre. Estaba claro que se trataba de un síndrome tuberculoso. Sabía, en suma, que debía morir. Pero igualmente tenía que cortarse el pelo y afeitarse. Así es: había comprendido que ni el que sabe que va a morir puede escapar de las cosas de todos. Los pensamientos en este estado de ánimo, sí, son diferentes; pero se acaba por ir igualmente al peluquero. Todo se hace con esa lenta angustia de fondo, pero sin duda lo más triste es darse cuenta de que no hay más que hacer que lo de siempre.
   Así entró a lo del barbero. Barba y cabello. Inútil ya ahorrar una lira y afeitarse solo. Además había presentido algún placer en entretenerse un rato largo allí. (Cuando no estaba enfermo le parecía un suplicio).
   El muchacho que había empezado a hacer jueguitos con la tijera sobre su cabeza era vulgar en extremo. Rosado casi rojo, cara ancha casi redonda, carnoso casi gordo. Lindo todavía, por joven. El dueño, por lo demás, habría sido aun peor. Manchado de barba blanca y negra, con olor a cigarro y a sudor, tal vez con manos húmedas y frías que le habrían acariciado el rostro. Y sin embargo a él se le pagaba; a él se sometía el muchacho.
   En este punto de sus observaciones, el enfermo vio entrar al local, raudo pero callado e inadvertido, a un chico de unos doce o trece años. Nadie le prestó atención. También es cierto que después de entrar se apoyó en la pared y se quedó mirando el techo. El enfermo comprendió de inmediato que iba a quedarse allí gustosamente un rato largo. Él, que debía morir, tenía permitido regalarle toda su atención a un jovencito. Que parecía suspendido en esa atmósfera de cosméticos, ausente o leve, con los ojos verdes que no miraban “verdaderamente” cómo caían al piso los pelos del enfermo.
   Tenía unos shorts de ninguna forma y de ningún color. Los llevaba sujetos al cinturón tal vez con una cuerda. Los botones seguro que no estaban. Tenía una camisa o remera de un blanco incierto. En suma, un pobre atorrantito como tantos otros: pero el enfermo se embelesaba con la expresión suspendida de aquel muchacho. Además la boca parecía ni cerrada ni abierta. De tanto en tanto interrumpía aquel encantamiento alguna orden del patrón: “toma la escoba; enciende el gas; muchacho, cepillo”. Pero él obedecía como un ángel prisionero al traficante. Sin orgullo, sin enojo, no humillado, así simplemente obedecía; después rápidamente retomaba esa actitud que al enfermo le resultaba tan misteriosa. No sonreía nunca; su cara estaba inmersa en un flujo uniforme de dulzura ligera. Probablemente pensaba en sus amigos, en las piedras del río, en las muchas zambullidas en el agua y el cálido sol de después. Y pensaba también en su mamá pobre, en su padre muerto y en esa necesidad de ganar cinco liras por día. Pero estas cosas no le eran feas o dolorosas. A él le eran ajenas. No así los compañeros, las zambullidas en el río. Esto le era, en su interior, dulcemente cercano.
   En un cierto momento el chico recibió una breve pero seca reprimenda. El enfermo no entendió por qué. Habría dado una propina por saberlo. Y dos por librar al muchachito de la reprimenda. Pero el muchachito hizo algo para remediarlo; se levantó, se dirigió, veloz, a la trastienda, le llevó alguna cosa al patrón y todo fue como siempre. Se apoyó contra la pared y sus ojos verdes no se habían oscurecido, su boca pequeña y leve no estaba –ni abierta ni cerrada– fruncida; las mejillas apuntando dulcemente al cuello grácil y altivo.
   ¿Y qué eran para él las miradas del pobre enfermo? Ah, las había notado desde un primer momento, pero era imposible saber cómo las había recibido. Quién sabe si ese chico sería capaz de reacciones sociales. Ruborizarse por timidez. Observar al cliente con viril ironía a manera de defensa. Pero no. Él no podía estar presente. Tal vez lo estuviera entre sus amigos, sobre las piedras del río. En su elemento natural, tal vez. Pero habría sido una presencia idéntica, animal. Más lindo este desconcierto dentro de la peluquería.
   Cuando el enfermo tuvo que irse esperó largo rato los cincuenta centavos de vuelto que el propietario no lograba encontrar. Le fueron pedidos en préstamo al chico que, entregada la moneda, la vio de inmediato volver a su propia mano. El traspaso lo maravilló finalmente y, finalmente, el enfermo recibió una mirada que lo interrogó. Una mirada luminosa y calma, como de lejos, sin “gracias” alguno ni humildad, una mirada que entonces terminó por hacer naufragar dulcemente toda tentativa psicológica del pobre enfermo.

   Pero aquella misma tarde la fiebre desapareció. Y se rió de sus aprensiones, de pronto tan funestas. Se dijo que era un tonto, tanto que ya había revelado, temeroso, sus miedos. Pero al volver a pasar por la peluquería al día siguiente, volviendo a ver a aquel chiquillo como cualquier otro, sucio y elemental, comprendió que la fiebre puede, después de todo, ser útil para hacer poesía. 

1 de julio de 2013

Poema (porno) traducido a pedido




Un día Ale Méndez me tiró la onda de qué bueno si Laura tradujera este poema que me encanta. A mí también me gustó y además una vez que alguien me pide algo, si es alguien a quien quiero, ya el pedido queda registrado en cerebrito y alguna vez, más tarde que temprano en este caso, lo complazco.

Así que va este poema ultrasensual de Edwin Morgan, el escocés de la foto acá a la izquierda (¿habían pensado que era Ale?).









Frutillas

Nunca hubo otras frutillas
como las que comimos
esa tarde agobiante
sentados en el escalón
de la ventana abierta
uno frente al otro
tus rodillas en las mías
platos azules en las faldas
las frutillas reluciendo
bajo la luz quemante
las metíamos en azúcar
y nos mirábamos
sin apurar el festín
para pasar al que vendría
los platos vacíos
juntos sobre la piedra
tenedores cruzados
y me incliné hacia vos
dulce en el aire aquél
sin resistencia entre mis brazos
de tu boca deseosa
el sabor de las frutillas
en mi memoria
me recliné otra vez
que pueda amarte
que pegue el sol
sobre nuestro abandono
una hora de todas
el calor intenso
relámpagos de verano
en las colinas de Kilpatrick
que la tormenta lave los platos.

19 de junio de 2013

Flores en un florero


Cada cual, cada cual 
atiende su juego.



Bernard Buffet



Alberto Giacometti


David Hockney

13 de junio de 2013

La trillada metáfora me viene al pelo

El punto final a ciertas traducciones es un tirón melancólicamente placentero. Ay -- la astilla que te arrancan pero podrías haber conservado un rato más. Hasta pronto, David. Farewell and be kind.


28 de mayo de 2013

Abran la barrera



Hoy alguien que quiero me habló (bien) de mi libro para chicos La noche en tren. Hacía mucho que no pensaba en ese libro, al que le tengo muchísimo cariño. Está publicado por Ediciones Tres en Línea y tiene unas increíbles ilustraciones de Gabriela Regina.
La cosa es que fui y lo releí, y me dieron ganas de mostrarlo. El libro está agotado. Por lo cual a continuación y muy descaradamente rompo mi autopromesa de no poner en este blog poemas míos.
Pienso que la indisciplina lleva, por lo general, a cosas buenas.




La noche en tren
Buenas noches. ¿Se están yendo a dormir?
¿Ya apoyaron la cabeza en la almohada?
¿Se les cierran los ojos de sueño?
¿O hay por ahí alguna niñita desvelada,
algún bostezo que no encuentra dueño?
Tengo algo para contar, ¿quieren oir?
Se trata, precisamente, de dormir.
  
Algunos piensan que dormir es aburrido.
Que es muy larga la noche, y sin sentido.
Eso depende de adónde vayan los dormidos.

En mi barrio, por ejemplo, existe un tren
mágico y misterioso: en el andén
todos están dormidos, pero ven.

¿Y qué ven? Que se acerca por la vía
el secreto tren nocturno, silbando.
“¿Nadie despierto?”, se asegura el maquinista.
Y los chicos le responden: “¡Ni soñando!”.
“Muy bien: entonces paso a tomar lista:
Tania, Patricio, Piero, Reina, Selva, Mia.
Rapidito, que no nos sorprenda el día”.

Al llegar a este punto
me detengo un momento
a aclarar un asunto
que es central para el cuento.
Les pregunto:
¿ustedes duermen con algún muñeco?
¿Superhéroe, princesa, osito o coche
que les haga compañía de noche?

Los chicos de mi barrio también.
Así, en cuanto oscurece pasa el tren
que los lleva a recorrer, de nueve a siete,
el lugar donde nació cada juguete.

Tania se duerme con una muñeca rusa.
Patricio, con un pato de goma.
Piero con un autito fatto in Roma
que tiene asientos forrados en gamuza.

Reina no saca a la princesa del estuche
para que no se le arrugue la capa.
Pero la acuesta a su lado y la tapa.
Selva se abraza a un leoncito de peluche.

La muñeca de trapo de Mia
hace muchos años perteneció a su tía.
Ahora es de ella, y como es una antigüedad
no la presta ni por casualidad.

Parte por fin el tren, y enseguida se detiene.
“¿Qué pasó?”, se preocupan los nenes.
“¡Primera parada!”, grita el maquinista.
“Pueden bajar y contemplar la vista”.

Tania se extraña: “Pero, ¿dónde estoy?”.
Grita su propia muñeca: “¡En el Bolshoi!
¡El teatro donde yo era bailarina
antes de mudarme a la Argentina!”.

Salta del tren, y Tania ni lo duda;
los otros van detrás, alucinados:
“¿Qué es esto: un lugar encantado?”.
Cúpulas doradas, puntiagudas,
adornadas como caramelos
que parece que giran hacia el cielo.
“¡Es Moscú, señores y señoras!”.
Y se oye desde la locomotora:
“Recuerden que tienen sólo media hora”.

En media hora, la muñeca vivaracha
los embarca en un paseo por el río,
les regala un reloj,
les baila un cosachok,
y, para calmar un poco el frío,
los invita con sopa de remolacha.

Patricio tiene un año, duerme en cuna.
Y su patito nació en una laguna.
La laguna está dentro de una historia
que casi todos sabemos de memoria.
“¿Entraron alguna vez a un cuento?”,
pregunta el pato. “Éste es un buen momento.
Se trata, claro, del Patito feo:
escuchen... se acerca un aleteo”.

Los seis chicos quedan boquiabiertos:
"¡Pero entonces este cuento era cierto!”.
El famoso pato raro, cisne bello
en vivo y en directo está ante ellos.

El cisne viene con sus cisnecitos;
son siete: todos a los gritos.
“Hijos”, les dice, “conozcan a su tío.
Este pato es casi casi hermano mío”.

Uno por uno, empiezan a llegar
las aves y los peces del lugar.
El maquinista interrumpe el momento:
“¡Tenemos que seguir; lo siento!”.
El pato se despide: “¡Hasta prontito!
Cualquiera de estos días los visito.
Ahora me tengo que ir: me espera
mi espumosa y calentita bañadera”.
  
“Todo muy lindo”, dice Piero y bosteza,
“¡pero ya basta de naturaleza!
Mi autito extraña la velocidad
y yo quiero conducir por su ciudad”.

Siamo arrivati”, dice el auto en su idioma.
“Llegamos”, les traduce Piero.
Voces, silbatos, motores y bocinas
interpretan un concierto callejero.   
La gente espera largo rato en las esquinas
para cruzar. ¡Bienvenidos a Roma!
¿Velocidad aquí? ¡Ni en broma!

“Los llevo de paseo sin apuro”,
dice el autito. “Les aseguro
que se van a divertir. Iremos lento
entre palacios, plazas y monumentos.
Pero eso sí: no salten en mis asientos.
Al que mejor se siente
le mostraré una fuente
que dicen que cumple los deseos.
Después vamos a comer fideos
con mejillones, y les compro un helado
si prometen no mancharme el tapizado”.
  
Ruidos de celofán en el vagón...
Música de fanfarria en el salón...
A ver; silencio: escuchen.
Creo que hay alguien saliendo de su estuche.

Reina peina y besa a su princesa:
“¡Basta de siesta, hay fiesta en el palacio!”.
Al pelo lacio da brillo con cepillo.
Después la suelta; muy desenvuelta
se marcha la princesa, pero regresa.
Y a los chicos en pijama llama:
“¡La fiesta con orquesta es para mí!
¡Vengan así, en camisón de algodón,
en calzón, en pantuflas con pompón!”.

Entran despacio al palacio. La princesa
a todos embelesa: “¿Quién es ésa?”,
pregunta el conde, y una voz responde:
“¿Cuál? ¿La de zapatos de cristal?
¿La que tiene el vestido encendido
con puntilla amarilla que brilla?”.
(“La del traje de encaje”, aclara el paje).
“¿La que tiene el tocado adornado
con un broche dorado?
¿La que nunca se cansa en la danza
y avanza en la pista como equilibrista
seguida de cerca por el violinista
y a todos conquista?”.

“¡Ésa, sí! ¡Sí, sí, ésa!
¡La invitada sorpresa!
¡La que al príncipe besa!”.

El tren sigue hacia la próxima estación:
“¡Hogar, dulce hogar!”, ruge el león.
Selva no comprende; aquí algo falta:
¿Dónde están los altos árboles, las lianas,
la mona Chita, Tarzán que grita y salta?.
“No es la selva: yo vivo en la sabana
una tierra calurosa y plana.
¡Vengan a verla, salgan por la ventana!”.

“Esto es Kenia”, le enseña
el león a su dueña,
“y lo que viene desde el horizonte
agitando su cuerno, bien furioso,
es nada menos que un rinoceronte”.
Los chicos miran asustados. “¡Qué chistoso!”,
se enoja Selva, “¿y ahora quién nos defiende?”.
El león vuelve a bromear: “No sé, depende.
Les puedo presentar al cocodrilo:
si no tiene hambre es un muchacho muy tranquilo.
O aquí llega, justamente, el leopardo:
¡Corran al tren; hasta yo me acobardo!”.

A la carrera vuelven todos al vagón.
El maquinista los alienta: “¡Vaya susto!
Pero volver a casa ahora sería injusto:
nos falta solamente una estación”.

Arranca el tren, pero para el otro lado.
Marcha atrás se llega a los tiempos pasados,
donde viven los juguetes de antes.
Atendidas por una marioneta
toman el té dos peponas elegantes.
De vez en cuando les ofrecen galletas
a jefes indios, vaqueros y soldados
hechos de plomo y estaño, bien gastados.

La muñeca de trapo de Mia
salta del tren: "¡Ahí está mi alcancía
de hojalata! Y acá vienen mis hermanas,
Blanca y Clarita: son de porcelana”.

Mia frunce el ceño: “¿Y las de plástico?”.
“No existen”, le responden, “¿no es fantástico?”.
“¿Y esas dos? ¿A qué juegan?”.
“¡Al elástico!”.
  
Son las seis, y el maquinista los apura:
el viaje acaba cuando acaba la noche
y ya la noche no parece tan oscura.

Las tres muñecas, el león, el pato, el coche
y los seis chicos, después de la aventura
se suben al vagón sin un reproche.

En un minuto, los chicos están dormidos.
Los que no pueden dormir son los juguetes.
Mientras conduce, el maquinista les promete
que volverán de visita muy seguido.

Amanece, y cada cual duerme en su cama
con camisón, con chupete, con pijama.
Tania, Patricio, Piero, Reina, Selva y Mia
sueñan bajo el acolchado. ¿Quién diría
que se pasaron la noche de paseo
en un tren conducido por Morfeo?

Porque Morfeo se llama el maquinista
que transforma a los durmientes en turistas,
en paseantes, en expedicionarios.
Si creen que el viaje es cansador
sepan que ocurre exactamente lo contrario:
el que durmiendo la pasa mejor,
mejor descansa, y está de buen humor
por la mañana, cuando canta el canario
y al mismo tiempo suena el despertador.

Ahora me voy,
me voy yendo,
para dejarlos dormir.
¿Apago la luz? ¡La prendo!
Algo más quiero decir.
No se pongan impacientes,
tengo una noticia urgente
–que creo que es excelente–:
el tren nocturno, desde hoy
ha ampliado su itinerario.
¡Pasa por todos los barrios!
(Siempre con el mismo horario).

Lo van a reconocer
aunque es mágico y secreto
porque el conductor, coqueto,
tiene enganchado un clavel
en el ojal, y un cartel
pegado en la ventanilla
explica, en forma sencilla,
qué es lo que tienen que hacer:
  
“A ninguno de estos mundos
se puede viajar despierto
ni durmiendo así nomás
con los ojos entreabiertos.
Sólo el que duerma profundo
y respirando al compás
del quetrén-quetrén quizás
se suba al tren vagabundo”.